Nuestras costumbres están cambiando, también al volante. Los nuevos modelos de la economía colaborativa, por ejemplo, nos permiten ahorrar dinero en viajes compartiendo vehículo o alquilar un vehículo a particulares con garantías. De hecho, lo de tener en un coche en propiedad ya no es una prioridad para muchas personas. Es este artículo hablamos sobre si con los coches autopilotados estaremos más seguros.
Nuestra forma de conducir también está cambiando. El móvil cada vez nos reclama más atención al volante, y no precisamente por atender llamadas. Atender -y contestar- mensajes instantáneos (tipo WhatsApp) y las redes sociales forma parte del «conducir» de muchos españoles. Parece que la mejora de las carreteras y de los vehículos facilita enormemente que el conductor pierda parte del interés al volante.
En este escenario aparece la figura de los coches autopilotados, unos vehículos que, según algunas fuentes, puede que pueden estar circulando por nuestras carreteras la próxima década, y de los que no se para de hablar. Coches inteligentes en los que solo tendrás que sentarte y esperar a llegar a tu destino, en los que la función del conductor será mínima.
¿Quién asume la responsabilidad de los daños causados por coches autopilotados?
Pero, si el coche conduce solo, ¿de quién es la responsabilidad en caso de accidente? Recientemente, el diario CincoDias.com publicaba un artículo de Carlos Lluch en el que analizaba esta cuestión, un artículo muy interesante que plantea varias dudas razonables sobre el peligro de la automatización de la conducción en este sentido.
Lluch plantea que «hay un lado potencialmente oscuro en todo esto y es la toma de decisiones de la máquina». Efectivamente, si las decisiones son tomadas por la máquina, cabe pensar que la responsabilidad de sus fallos también. En este sentido, algunos fabricantes, como Mercedes Benz y Volvo han dicho que sí se harán responsables de los errores que comentan sus vehículos autopilotados, aunque otros rechazan asumir la responsabilidad, tal y como informa Lluch.
El problema ya no es solo el coche, sino el software que lo controla. ¿Qué pasa si al software le entra un virus, si nos lo hackean o si falla una actualización? ¿Qué ocurre si se surge una incompatibilidad con el hardware? ¿Qué responsabilidad tiene el conductor a la hora de meter los parámetros de destino? ¿Qué pasa si el GPS o el sistema de localización está desactualizado o hay desvíos temporales?
A la hora de decidir, ¿qué vale más?
Sin embargo hay algo mucho más grave aún. Todos sabemos que, ante ciertas situaciones, hay que tomar decisiones difíciles, decisiones en las que hay que elegir el mal menor. Pero en ciertos momentos las personas pensamos con el corazón y valoramos ese «mal menor» en términos muy diferentes a los que lo haría una máquina. Eso se debe a la empatía, algo que difícilmente podrán reproducir los ingenieros.
Valga como ejemplo el que plantea Lluch: «¿Parará en seco para evitar la colisión, aunque eso lastime a los ocupantes? ¿Embestirá al obstáculo (un ciclista o un niño) por ser más rentable que pagar lesiones a los que viajan a bordo? ¿Seremos guiados por un psicópata frío y calculador o por un empático C-3PO?».
Entra aquí el juego de los algoritmos, término muy popular últimamente. Estos algoritmos serán los que harán que el coche tome la mejor decisión en términos de coste. Lo que está por ver es qué interpretarán por coste los algoritmos y en beneficio de quién.
De lo que no cabe duda es de que los seguros van a tener que adaptarse a esta realidad inminente. Muchas cosas son las que hay que aclarar.
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